Vivir o documentar

Vivir o documentar

Tengo que confesar que siento envidia por la gente que es capaz de vivir y documentar al tiempo. 


Me sorprendo cada vez que encuentro algún video de un influenciador o una influenciadora que parece sacado de The Truman Show. 

 

- ¿Cómo hacen?, me pregunto admirada. ¿Cómo hacen para tener la cámara en el lugar exacto, en el momento preciso, con el ángulo correcto? 


Para mí es siempre una elección: vivir o documentar. No he sido capaz de combinar ambas, de ponerlas a bailar juntas. 


Supongo que es un poco porque la vida me absorbe por completo cuando se pone mágica, que es cuando más me interesaría poder documentarla para revivirla. 


La primera vez que me di cuenta de esta incapacidad documentativa tenía 15 años y estaba en Argentina. Llevaba en la mano una cámara digital rosada y estaba vestida con toda la ropa posible para el frío. Había salido a la cubierta del barco que nos transportaba por el Perito Moreno. Frente a mí, se imponía, un enorme glaciar. 


Estaba tomando fotos del hielo congelado, cuando de repente una punta empezó a deslizarse desde la cima hacia el mar. El hielo, que llevaba siglos ahí quieto, decidió de pronto desprenderse y saltar al vacío.


No fueron segundos. El espectáculo completo debió durar unos siete minutos, sino más. Había tiempo, había cámara, había ángulo. Pero no había capacidad. Mis ojos estaban atrapados por completo en ese instante, querían registrarlo todo en directo, absorber cada centímetro de realidad. 


No grabé nada, no tomé ninguna foto. Lo único que me quedó de ese milagro natural fue el recuerdo y, como casi siempre, las palabras para contarlo a destiempo. 


Ayer, casi 15 años después, me sucedió lo mismo.


Estaba sentada escuchando a María Rosa contarme como, -después de llorar océanos-, su papá había decidido intentar una bienvenida para el amor que ella, contra viento, marea y tradiciones, había escogido para su vida. 


Estaba ahí, escuchándola, pero también estaba lejos. 


Mi cabeza empezó a reproducir, sin permiso y en simultáneo, una secuencia de  recuerdos.


Me vi sentada en un taxi, llorando como nunca, en medio de un trancón de capital. Me vi escuchando a Rosa al otro lado del teléfono decirme: “créeme que yo también he sentido que me ahogo, que la vida me pone a escoger entre dos pérdidas imposibles, pero yo, que voy algunas yardas más adelante en este mar abierto, te digo que aparecen boyas y uno puede parar a descansar”. 


Me vi luego en la sala de una oficina. Esa tarde, era ella quien lloraba. Ya no encontraba boyas, se sentía naufragando; la desesperanza la habitaba por completo. “He perdido la fe”, me decía, “ahora, más que nunca, sé que es imposible. Que escogerme a mí, es perderlo a él para siempre”. 


Después volví. Estaba otra vez en la silla negra escuchándola con la boca abierta de par en par. 


No podía decir nada. En parte por la sorpresa y en parte porque toda mi cabeza estaba ocupada haciendo ese documental. 


Me imaginaba, -casi como se imagina uno que de verdad se está bañando cuando ha decido postergar la alarma-, que estaba armando las escenas. 


Primero pondría un corte de esta conservación, luego saltaría a la llamada en el carro, y desde ahí haría una transición fugaz a la escena de la oficina para volver de nuevo a esta Rosa del presente diciendo: “no hay que perder la fe. Yo la perdí, pero no hay que perderla”. 


¿Cómo sería tener la historia completa?, me pregunté. ¿Cómo sería abrazar por un rato, en esa secuencia de imágenes, la idea de que esta Rosa ya le susurraba a la Rosa del pasado que algunos capítulos después había tierra firme? ¿Cómo sería poder producir esta idea de las versiones de uno conversando en un tiempo que escapa a todo tiempo? 


Por supuesto, como con el salto del glaciar, tampoco tengo esas escenas contenidas en algo diferente a estas palabras a destiempo. Pero ahora lo agradezco. Porque aunque “el mundo ya no lea” y lo viral sea vivir y documentar en simultáneo, yo decido seguir creyendo en las palabras. Pues contrario a lo demás, escoger la escritura es permitir que vivir y documentar sucedan en sus propios tiempos, sin que uno tenga que ceder al otro ni una pizca de su totalidad. 



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